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CARTA PARA JOSÉ ZULETA y ALBERTO
VALENCIA
DE: ALFREDO REYES COREY
El autor
Cali,
Marzo 6 de 2015
Estimados
José y Alberto:
Las
recientes conmemoraciones de Estanislao han abierto con fuerza el cajón de los
recuerdos, pero no solo con queridas remembranzas, sino que han traído a
consideración toda una época y el sentido que tuvo él en el devenir cultural,
general y personal.
Mi
primer contacto con Zuleta no fue con él sino con su obra, con una parte de su
obra. Tuve ocasión de conocer su trabajo denominado “Marxismo y Psicoanálisis”, que leí con avidez pues se trataba de
la ansiada articulación entre ambas ciencias, articulación intentada muchos
años antes por los grandes analistas de la segunda generación vienesa, la
llamada “izquierda freudiana” encabezada por Sigfried Bernfeld, Otto Fenichel y
Wilhelm Reich, quienes mucho antes que el movimiento argentino de Maria Langer
habían tratado de potenciar las dos ciencias entre sí, quizás para oponerle una
fuerza intelectual al creciente antisemitismo que se cernía sobre Alemania y la
Europa Central.
La
síntesis lograda por Zuleta en el tema era impresionante. Pero no es
precisamente por eso que la cita viene a la rememoración. Fue por el fuerte
impacto que me produjo una expresión suya, al ocuparse de las ideas de Freud
sobre la guerra. Dice Zuleta empezando un párrafo: “… el lamentable ensayo de Freud sobre la
guerra …”
¿Quién
es este hombre –pensé para mis adentros- que puede referirse a Freud de esa
manera? ¿quién era este hombre que se
permitía privilegiar la lógica de las teorías por encima de la veneración y
respeto de sus autores?
Al
principio la expresión me pareció un tanto atrevida y arrogante, pero este
parecer no prosperó precisamente porque acababa de leer todo el ensayo y había
quedado deslumbrado por la altura, la precisión y el amplio dominio de los dos
campos.
Por
entonces yo era un joven analista de 35 años, ya formado, que además había sido
formado como internista unos años antes, y el desconcertante impacto inicial se
trocó en admiración por un hombre pensante que podía situarse en el mismo nivel
de otros pensadores, de aquellos que producían teorías nuevas que
revolucionaban el saber consagrado.
Y
al lado de la admiración surgió la secreta y un poco confusa esperanza de
aprender de este extraño profesor. Aún no sabía lo que iba a aprender, pero ya
me había declarado discípulo suyo por anticipado. Su discurso había provocado
ese efecto.
Aunque
se que esto era así, en su momento no era tan evidente como lo expreso ahora.
Unos
pocos años después Zuleta vino a Cali por una semana – (desafortunadamente la
misma semana aciaga que vio caer a Salvador Allende y a la esperanza por él
representada) – en la que propuso a un pequeño grupo un seminario doble: “Mas allá del principio del placer”, de
Freud, y un extraordinario cuento de Poe : “Un
descenso en el Mäelstrom”.
Fue
para mí una experiencia sin precedentes. El pensamiento volvía a mostrar su
acción para poner en evidencia las implicaciones, el sentido y el alcance de un
relato literario, insospechados en una lectura ligera, lo cual era una fiesta
para el espíritu, que yo disfrutaba con alegría contenida, casi secreta.
Tampoco
habíamos leído a Freud en su hondo significado literario, filosófico e
histórico que revolucionaba el concepto de la Psicología de la época y que
ensanchaba enormemente el horizonte humano abriendo los caminos de la
comprensión de procesos que, por desconocidos, tenían la “libre” posibilidad de
afectar y lesionar la vida de diversas formas. Empezamos a salir de la
costumbre de leer a Freud solo como un requisito del pensum de la formación.
Eran
sin duda nuevas experiencias que preparaban el camino para invitar a Zuleta al
novedoso y prometedor proyecto del Centro Psicoanalítico Sigmund Freud.
. . . .
Cuando
llegó ese momento, a mediados de 1974, y ya con el programa de estudios en la
mano, le confesé a una colega, de manera espontánea e ingenua, que me sentía
feliz, como si estuviera de nuevo en una Universidad, pero esta vez en una
universidad diferente, en una especie de universidad de Humanidades en la que
quería acabarme de formar.
Tal
afirmación le pareció un poco extraña a mi interlocutora. Pero la sensación
descrita conectaba con algunos momentos del bachillerato, en donde la voz de
algún buen profesor de literatura hacia soñar con el gusto por las grandes
creaciones de la cultura: los poetas, los grandes escritores mencionados en
clase: Baudelaire, Paul Verlaine, Alfredo de Musset, y hasta el Marqués de
Santillana!
Y
acaso también, conectaba más profundamente con los albores de la vida en los
que el padre, que aparecía misteriosamente en el horizonte de la percepción,
era objeto de profunda admiración, como parece advertirse en un memorable
cuento de García Márquez, “El ahogado más
hermoso del mundo”, cuyo extraño título se queda muy corto para expresar la
admirable aproximación literaria a lo que pudiera ser la percepción de la
importancia del padre en el despertar de la conciencia.
La
voz de Zuleta pues, tenía la posibilidad de evocar y conectarse con los mejores
momentos de contacto con la cultura humana, que, salvo algunas excepciones, se
sitúa solo en el bachillerato, dada la desconexión cultural que ocasiona la
profesionalización del futuro de los estudiantes.
Había
que volver a ese temprano momento lleno de esperanzas y de alegría de saber
sobre la vida, y cuya prosecución fue lo que sentí al inaugurarse nuestra nueva
y singular “universidad”.
Zuleta y el Pensamiento. El aspecto más admirable, que pude percibir
desde el comienzo del Centro, fue el pensamiento
de Zuleta. Era algo nuevo, realmente. Escuchándolo una y otra vez me admiraba y
sorprendía que el pensamiento tuviera tanto alcance. Era un poder, una potencia
que no conocía de esa manera. Quizás porque la represión general había hecho su
trabajo. No conocía de verdad esas propiedades del pensamiento: poderoso y
osado. Zuleta nos hizo conocer el pensamiento como un poder existente, real y
útil. Para mí, fue un descubrimiento asombroso. No sabía que el pensamiento
pudiera llegar tan lejos, que tuviera tanto alcance.
Lo
cual no sólo admiraba sino que sentía esa actividad como una promesa, como una
esperanza de llegar a tener fuertes relaciones con la verdad. Desde esa
perspectiva veía el pensamiento como una potencia transformadora, y por lo
tanto era un hallazgo invaluable para un analista, con respecto a sí mismo y a
sus pacientes: el pensamiento con su poder de vencer la represión patógena de
la verdad, abría los caminos de la libertad y de la curación analítica.
El pensamiento y la verdad.
Zuleta con Freud. Podría decirse, siguiendo la presente línea,
que el pensamiento es un camino hacia la verdad, o que el pensamiento conduce a
la verdad, al develamiento de una verdad no visible.
Y
aquí puede uno entender el atractivo tan grande que Freud siempre tuvo para
Zuleta. Freud era otro que podía pensar, que pensaba de una manera profunda y
efectiva. En este sentido podría decirse que el Inconsciente es un efecto, un
producto del pensamiento, del pensamiento de Freud. Veamos.
Freud
estuvo desde el comienzo, y en su calidad de Neurólogo clínico, ante numerosos
pacientes con parálisis motoras. Sus conocimientos neurológicos le permitían
distinguir entre una parálisis orgánica (cerebralmente causada), y una
parálisis no orgánica, que él empezó
a llamar parálisis histéricas. De hecho
en esa época, aún pre-psicoanalítica, escribió un trabajo denominado “Diferencias anatómicas entre las parálisis
orgánicas y las histéricas”, vigente hoy entre los neurólogos actuales.
Nadie
mejor que Freud para realizar esa distinción, porque a la vez que era un
neurólogo, era el único pensador científico que ya vislumbraba la existencia de
un “campo psíquico”, de un espacio que pudiera explicar la parálisis que la
neurología no podía explicar y que sin embargo existía como una realidad en los
pacientes.
Para
Freud esas parálisis no explicables neurológicamente, pero existentes, tenían
que tener un origen, una causa. Era algo no lógico, era una discordancia lógica
que demandaba una explicación. Había allí una verdad desconocida, pero que pensando se podría descifrar.
Así
Freud, blandiendo su pensamiento, se
proponía encontrar una verdad tras el síntoma, así en ese empeño tuviera que
descubrir un continente desconocido, el vasto inconsciente.
Así,
el descubrimiento de algo nuevo y desconocido llegó a ser necesario –como paso
intermedio – para llegar a una verdad que resolviera la discordancia lógica
presente en esa escena clínica. Solo un pensamiento eficaz puede lanzarse en
pos de la verdad cuando su ocultamiento (represión) afecta los principios
fundamentales de la lógica: si una parálisis comprobada como tal no se explica
por la neurología, debe haber una explicación en otra parte, aunque para
encontrarla en esa “otra parte” haya que fundar el contexto teórico para esa
otra parte; aunque sea necesario descubrir una dimensión desconocida, y
formular un aparato psíquico, un campo teórico distinto del cerebro, el psiquismo, para explicarse lo que el
cerebro no puede explicar.
Por
eso decimos que el descubrimiento del Inconsciente es un efecto del pensamiento,
un altísimo rendimiento del pensamiento.
Creemos
que esto impresionó a Zuleta tanto como Zuleta nos ha impresionado a nosotros.
Y
además queremos decirle a la moderna Neurociencia que los descubrimientos del
Psicoanálisis permiten establecer que el cerebro y la mente (el psiquismo), no
son la misma cosa. Que los hechos psíquicos requieren la referencia a otro
marco teórico para ser explicados, aunque, por otro lado esos mismos hechos
psíquicos tengan un correlato electro-físico-químico durante su ejecución; pero
que dicho correlato no los explica.
Más
bien sugerimos que una útil orientación de las investigaciones neuro-científicas
sería el conocimiento de la obra de ese neurólogo que tuvo que dejar de ser
neurólogo para poder descubrir un nuevo campo teórico en donde entender el
psiquismo humano.
Allí
se podrían refinar las posibles correlaciones entre los dos campos, pues hasta
el presente, el psicoanálisis sabe mucho más sobre el psiquismo humano que las
neurociencias.
La
Neurociencia no podría decir cómo se forma el psiquismo porque éste es una
superestructura simbólica surgida de la inter-acción con el medio humano; pero
en cambio sí podría estudiar cómo se registra y cómo se fija esa estructura.
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